Capítulo 10

Tom lo comprendió.

Emily nunca se habría ido si él hubiera sentido que lo abandonaba. Pero antes de llamar al taxi, lo llevó arriba y se sentó con él para explicarle. Estaba decidida a no llorar y si lo hacía, sabía que él nunca creería en sus razones para irse.

Lo expuso de forma lógica, le dijo que lo amaba, que siempre lo amaría, pero que tenía que irse, que ahí no había trabajo para ella.

—¿Y yo? ¿Quién me cuidará? —preguntó con inocencia infantil y Emily, con el corazón roto, le aseguró que su tío Mac y su abuelita lo cuidarían bien.

—Pero yo te quiero. Deseo que te quedes, te cases con Mac y seas mi segunda mamita.

—Me encantaría serlo —declaró Emily, tierna—, pero no es tan simple. La gente casada tiene que amarse.

—¿No amas al tío Mac?

—Ese no es el punto —espetó desesperada—. Él no me ama.

—Por supuesto que sí —aseguró el niño como si no pudiera imaginar que alguien no la amara. Emily movió la cabeza.

—No —Tom frunció el entrecejo.

—Todo estará bien —le aseguró—. Créeme, yo te escribiré y… vendré a visitarte cuando pueda —le prometió esperando que Mac lo enviara a visitarla.

—Pero… —el labio de Tom temblaba, los de ella estaban demasiado tensos; tragó el nudo en su garganta, retuvo las lágrimas en sus ojos y se inclinó para abrazarlo muy fuerte.

—Te amo, cariño. ¿Crees eso?

Con los ojos entrecerrados, Tom asintió.

—¿No puedo ir contigo?

Emily resistió la tentación. Quería decirle que sí, pero negó con la cabeza.

—No serías feliz, amor. Yo buscaré un apartamento en algún lado mientras voy a la escuela. No tendrías un jardín dónde jugar o un Eric junto al camino. No tendrías a Topper o una abuelita o… a tío Mac.

—Te tendría a ti —señaló obstinado.

—Siempre me tendrás a mí —declaró Emily—. Te lo prometo —levantó la barbilla del niño para que la mirara a los ojos. Los del niño estaban brillantes, sin lágrimas y su expresión era tan parecida a la de Mac que sus propios ojos se nublaron y amenazaban traicionarla—. Te amo, Tommy, siempre lo haré sin importar dónde esté. ¿Entiendes?

Él asintió solemne y luego la rodeó con sus bracitos, abrazándola con fuerza.

Emily también lo abrazó y memorizó su cuerpo sólido, el suave cabello que rozó su mejilla, el feroz apretón de sus manecitas y entonces lo soltó, retrocedió y sonriente le dijo:

—Cuida bien de tu abuela.

—Lo haré —le prometió.

—Sé un buen niño.

—Lo soy —afirmó indignado; ella asintió, parpadeó para evitar las lágrimas y sonriente le respondió:

—Sé que lo eres.

En ese momento apareció el taxi, despacio por la entrada y Emily se inclinó para darle a Tom un último beso con rapidez. Entonces puso la nota para Mac sobre la mesa del estudio, recogió su maleta y fue hacia la puerta.

Se despedía hasta que el taxi dio vuelta en la curva y después, decidida miró al frente sin volver la vista atrás.

Ya había pasado una semana y todavía no miraba atrás.

Había recorrido Inglaterra a lo largo y a lo ancho durante los primeros tres días, tomando trenes de forma indiscriminada, sin preocuparse, tratando simplemente de dejar de llorar, procurando aceptar lo que había hecho.

Supo que debía detenerse, descansar, controlarse, pero no podía hacerlo en el estado en que se encontraba, puesto que había abandonado a Tom. Finalmente, estar sin metas no era suficiente. Tenía que proseguir con su vida, enfocarse al futuro, continuar desde allí.

De nuevo consideró regresar a los Estados Unidos y lo desechó por el momento.

Cuando llegara ahí no tendría un lugar para quedarse, ni un trabajo.

Llamó a los Evans desde un pueblecito escocés, en el Mar del Norte.

—¿Podría visitarlos por unos días? —le preguntó a Sian—. Para concentrarme, tengo que pensar las cosas.

Sian y Howell implemente le dijeron:

—Por supuesto, ven.

Howell, que tenía dos semanas de vacaciones, la encontró en la estación, la metió en su Jaguar y la condujo a su casa. No le hizo preguntas, ni tampoco Sian.

Probablemente no necesitaban hacerlo, pensó Emily. Howell vivía de estudiar rostros, Sian de esculpirlos. Ellos sólo tenían que mirarla para adivinar su dolor.

Le dieron tiempo y espacio para que aceptara y enfrentara el futuro. Fue consentida, cuidada y consolada en casi silenciosa solicitud durante cuatro días.

En ocasiones los Evans la alimentaron, tocaron música suave para ella y le dieron buenos libros. Sian hasta la hizo trabajar con arcilla.

—Es bueno para ti —le comentó al darle un trozo a Emily—. Tranquiliza y te da algo que hacer mientras el dolor se va.

La chica no podía negar que logró eso y al percibir la suave y lisa arcilla bajo sus dedos, sintió su efecto terapéutico. Después de eso, cada vez que quería llamar a Tom, buscaba la arcilla.

Le había escrito como le prometió, pero no le dijo donde se encontraba, aunque no habría importado. De seguro el niño no la buscaría y Mac estaría agradecido de haber recibido su libertad.

Tenía lo que quería: a Tom y a Verónica. Él no se molestaría en buscarla.

Eventualmente habló con Sian sobre regresar a la universidad. Ella exploró las posibilidades de una vida más allá del modelaje con Howell. Y nunca habló sobre Mac.

Cuando finalmente decidió que ellos necesitaban algún tipo de explicación, les comentó simplemente que tuvo que dejar a Tom con la familia de su madre.

—Era lo correcto —sabía que era la verdad—. Él será más feliz allá, pero es difícil. Lo extraño —les dijo finalmente una tarde durante el té—. Lo extraño mucho.

Si Howell o Sian sospecharon que había algo más que eso, nunca lo dijeron.

Sian sólo puso otra taza de té caliente en las manos de Emily y Howell le dio un abrazo.

—Ve y camina hasta la punta —le aconsejó Howell—. La vida parece mejor desde ahí —y Emily fue.

Era temprano por la noche y el sol empezaba a hundirse en el océano. El viento hacía volar su cabello, las nubes se arremolinaban arriba. Cada día caminaba hasta ahí y pasaba horas contemplando el mar siempre cambiante. Lo encontraba tan tranquilizador como la arcilla y quizá más. Era algo que ella no podía controlar.

Como a la vida y como Mac.

Era la primera vez que deliberadamente pensaba en él desde que lo dejó.

Hasta ahora, cada vez que su nombre o su rostro llegaban a su mente, ella los borraba. Era demasiado doloroso recordar sus esperanzas, sus sueños, sus tontos vuelos de fantasía, demasiado difícil enfrentarse a la tonta que fue. Algunas mujeres escogían a los hombres equivocados y Emily debía ser una de ellas.

Se detuvo en la punta y se asomó sobre el carril, mirando hacia las olas que se estrellaban debajo. Esa altura no la molestaba como la de Chamonix y en cambio la tentaba. Se inclinó, gozando de la sensación, prefiriéndola a la vacía angustia que antes había sentido.

—¡Emmmiiilyyyy!

Al principio el sonido era leve, llevado para otro lado por el viento y la chica ni siquiera estaba segura de que lo había escuchado. Volvió la vista hacia el sendero y vio a Howell con su chaqueta gruesa color azul marino, a lo lejos en la colina, caminando hacia ella. La joven saludó y de nuevo se volvió, luego se izó, se sentó sobre el carril y observó el barco, a lo lejos, que iba hacia el sol.

—¡Emmmiiilyyyy! —oyó de nuevo ahora más fuerte. Parecía frenético, casi con ira y ella frunció el entrecejo. Howell sólo se enfadada cuando las luces estaban mal o las modelos hacían rabietas o su asistente había cargado la película equivocada.

Se volvió, ahora con curiosidad.

No era Howell. Era Mac quien caminaba por el sendero y ahora casi corría, con su cabello flotando con el viento, sus zapatos deslizándose sobre la grayilla.

Emily se bajó del carril y apoyó la espalda contra él, deseando desesperada una salida, porque salvo saltar, no la había.

Él se detuvo frente a ella y la arrastró a sus brazos.

—¿Qué rayos piensas que estás haciendo al tratar de saltar así?

—¿Saltar? —su voz apenas se escuchaba.

—¡Idiota! ¿No tienes un gramo de cordura? ¿No sabes lo que eso le haría a Tom? ¿A mí?

Emily lo miraba, se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo. ¿Saltar? Ahora lo entendía y era increíble.

—¿Estás loco? ¡No iba a saltar! ¡Observaba el ocaso!

Las manos de él cayeron a sus costados y su rostro estaba acalorado y ruborizado. Ella vio la pulsación rápida en su garganta. Él la miraba, luego al cielo y al suelo.

—¡Oh! —musitó al fin. Metió las manos en sus bolsillos y Emily notó que él usaba la chaqueta gruesa de Howell. Volvió la mirada a su rostro y parecía horrible.

Sus ojos estaban inyectados de sangre y rodeados por sombras oscuras. Su rostro estaba fatigado, su frente fruncida y ella se preguntaba cuánto podía atribuírsele a lo que acababa de suceder.

¿Habría ido por ella? Su ira desapareció ante el pensamiento. ¡Ya le había dado lo que él deseaba! ¡Maldición! ¿Iría él a anteponer su deber a todo? ¡Cielos, no! No podía seguir luchando contra él. Una mujer no tenía tanta fuerza de voluntad.

—¿Qué haces aquí?

—¿Por qué rayos crees que estoy aquí? ¡Te fuiste!

—Dejé una nota.

—Sí. "Querido Mac, no puedo casarme contigo. Sería equivocado" ¿Qué se supone que eso quiere decir?

—Sólo lo que dije. ¡No funcionaría!

—¿Por qué no?

—No podría…

—¡Explícamelo! —ella movió la cabeza—. ¿Sólo cambiaste de opinión? —su tono era amargo y su mirada irónica.

Emily apretó los dientes.

—Sí, cambié de opinión. ¿Qué te importa si tienes lo que querías?

Él la miraba y detrás de ellos, las olas se estrellaban, y una gaviota luchaba contra el viento. Emily levantó su barbilla, desafiante. Despacio, Mac movió la cabeza.

—No —negó quedo—. No, no lo tengo.

Fue el turno de Emily de mirarlo, sorprendida por la queda desesperación en la voz de él.

—No, quizá no —aceptó molesta—, no por completo. ¡Tal vez habrías preferido una nana por esposa mientras obtenías el amor en otro lado!

—¿Qué?

—Tú no me amas. Quieres casarte conmigo por Tom, porque soy su tía y eso lo haría feliz.

—¿En realidad eso es lo que piensas? ¿Que cuando te hice el amor lo hacía con la tía de Tom, Emily? —su voz sonó más fuerte que el viento, sus ojos brillaban y su piel sobre los pómulos estaba tensa.

Emily no quería recordar cuándo hicieron el amor, no deseaba pensar en la pasión consumada entre ellos esa noche en Chamonix.

—¿Qué más? —preguntó rencorosa—. Venimos de mundos completamente diferentes, con diferentes antecedentes. ¡Deseamos cosas distintas!

Deseaba que se fuera, que no hubiera hablado de cuando le hizo el amor. Se mantuvo rígida, se negó a estremecerse, aunque su contacto la hacía arder y el viento le causaba frío. Miraba directo al mar, sin parpadear.

Lo escuchó suspirar y vio que inclinaba la cabeza. Poco a poco empezó a aflojar la presión de sus dedos sobre los brazos de ella, los deslizó por sus mangas y los retuvo al llegar a las manos, luego simplemente los dejó caer. El fuego había desaparecido de sus ojos y la llama de su ira se quemó.

Parecía en extremo fatigado y dolorido, sus hombros estaban caídos y los puños engarfiados contra sus muslos. Tenía cerrados los ojos.

—¿Todo estaba equivocado, verdad? —inquirió—. Desde el mismo inicio. ¿Por qué imaginé que podía cambiarlo ahora?

Abrió sus ojos, la miró y entonces buscó en el bolsillo de la chaqueta de Howell y sacó un sobre.

—Esto es tuyo —se lo dio—. Tom está en la casa esperando por ti —declaró, se volvió y empezó a alejarse. Emily lo observaba y sus temblorosos dedos palparon el sobre, mientras su mente buscaba sentido a sus palabras.

¿Tom, estaba ahí, en la casa?

Al fin abrió el sobre. Aturdida extrajo un documento con apariencia oficial, firmado ante testigos, estampado y sellado; sus ojos lo revisaron, mientras se mordía un labio.

Alejandro Tomás Gómez y MacPherson y Fiona Elizabeth MacPherson de Gómez, aquí renuncian a cualquier reclamo sobre el menor en la actualidad, Thomas David Musgrave y hasta su mayoría de edad. Reconocen que él permanecerá bajo la custodia y la salvaguarda de Emily Francés Musgrave…

Los ojos de la chica se nublaron y sus manos temblaban. Buscó frenética a Mac que ahora subía despacio con la cabeza inclinada.

—¡Mac! —corría antes de darse cuenta—. ¡Mac, espera!

Él se detuvo, pero no se volvió. La esperaba, mas no la miraba. Ella lo alcanzó, sujetó su manga y lo hizo enfrentarla.

—¿Por qué? —exigió—. ¿Por qué?

—Porque es tuyo —declaró con voz ronca—, porque te pertenece.

—Pero tu madre…

—Lo comprende, yo… le expliqué. Le conté todo, que no te dije quién era yo, que intentaba manipularte —torció la boca—. Ella cree que me he comportado como un idiota —había una línea de color rodeando sus pómulos—, y tiene razón.

—Tú… tú hiciste lo que pensaste que era correcto. Por lo menos al principio —

de alguna forma Emily encontró valor para decírselo.

—En realidad no tengo excusa. Ella quería que yo te encontrara, que viera si tú podrías traer a Tom de visita, quizá ayudarte. Yo deseaba mucho más que eso.

Escuché rumores… sobre ti y Evans. Decidí aun sin conocerte que tú no eras el tipo de persona que debía ser tutora de Tom. Nunca me detuve a pensar que yo sería peor, que yo tenía mucho menos derecho a él que tú, que los Gómez habían rechazado cualquier derecho que pudieran tener desde mucho antes —tenía el mentón tenso y Emily vio que pasaba saliva con dificultad.

—Extrañabas a tu hermana —él asintió.

—Más de lo que puedas imaginar. Estaba mal lo que mi padre quería que ella hiciera. Me daba cuenta aun cuando era su mano derecha y trataba de convencerla, porque me habían educado para hacer lo que se me decía. Si era para el bien de la familia, lo hacía. No es una excusa, pero jamás había estado enamorado. No lo comprendía… entonces.

Hasta Verónica, pensó ella y el corazón le dolió.

—Lo siento, Em —continuó—, por lo que les hice. Por todo lo que te hice a ti.

Ojalá hubiera podido decírselo a tu hermano, a Mari. Lo único que puedo asegurarte es que intentaré resarcirlo con Tom —miraba hacia el horizonte, parpadeando por la fuerza del enrojecido sol.

—Yo… gracias —murmuró ella, al fin. La boca de él se torció en un gesto sombrío.

—De nada —se volvió y empezó a subir la vereda.

—Aunque no lo voy a aceptar —le dijo en su espalda y él volvió la cabeza para mirarla.

—¿Por qué no?

—Él es feliz con ustedes. Tiene un hogar, una abuela, un tío. Él… —pasó saliva y se forzó a continuar—, tiene una madre, una hermana y quizá nuevos hermanitos

—trató de sonreír y Mac la miraba con fijeza.

—¿De qué estás hablando?

—De ti, de casarte.

—Yo no voy a casarme —declaró con rudeza—. No si no me caso contigo.

—Pero eso es ridículo —argumentó Emily—. ¡El deber no lo es todo! Si la amas, debes hacerlo. —Mac frunció el entrecejo.

—¿Amo a quién?

Emily alzó la mirada..

—A Verónica.

—¿Verónica? ¿Tú crees que yo amo a Verónica?

—Ella me dijo…

—¡No pudo decir que yo la amaba!

—No, pero… —Emily movió la cabeza—, …dijo que tú harías todo por deber, que siempre habías cuidado de todos, excepto de ti mismo, que merecías más.

—Yo no te pedí que te casaras conmigo por deber. ¡Nunca!

—Pero… —la voz de Emily se quebró y lo miró muy cerca, percibiendo la desesperación en sus ojos, lo tenso de su obstinada boca—. ¡La abrazaste cuando regresaste!

Mac la miró exasperado.

—Ella estaba en el camino de entrada y es mi amiga y yo te habría abrazado a ti, pero parecía que no querías que te tocara y temí hacerlo. Las cosas eran demasiado frágiles entre nosotros.

Emily recordó sus sospechas, recordó cómo se tensó cuando él se aproximó.

Ahora que lo tenía tan cerca veía la necesidad en él. Sí, pensó Emily, ¡oh, sí! Sintió un leve rayo de esperanza y se preguntaba si sería una tonta por sentirlo.

—Lucy dijo que ibas a ser su papito —le comentó suavemente y él no pareció sorprendido.

—Lucy quiere un papá, ya que el suyo murió hace cuatro años. Durante los últimos dos ha puesto sus miras en mí. Yo no lo acepté, pero creo que Pedro lo hará eventualmente.

—¿Pedro?

—Él trabaja con lentitud. No es el tipo apresurado, como tu servidor —dijo Mac, burlón—, aunque creo que hará algo uno de estos días.

—¿Tú no? —preguntó Emily con voz que se hacía más fuerte.

—Nunca yo. Para mí, siempre fuiste tú.

Emily lo miraba.

—Yo no te pedí que te casaras conmigo por que eres la tía de Tom —continuó Mac con firmeza.

—¿Entonces por que?

—¡Oh demonios! ¿Por qué crees? ¡Ya te lo he dicho lo suficiente! Te amo, te amo, por todo el bien que me has dado —se volvió y empezó a subir por la colina de nuevo. Emily lo miraba aturdida, tratando de entender, de creer.

—¡Mac espera! —por un momento pensó que no se detendría, pero lo hizo y se volvió despacio a enfrentarla.

—No me di cuenta —murmuró ella, moviéndose hacia él—. Lo esperaba mas no lo creía.

Él dio un paso hacia atrás mirándola.

—¿Qué quieres decir? —su voz era ronca y la miraba con tanta expectación como la que ella sentía. Se dio valor para decir la verdad.

—Quiero decir que yo también te amo.

Él se quedó estupefacto. Detrás de ellos, las olas se estrellaban contra las rocas y las gaviotas daban giros y se sumergían. De algún lugar lejano pudieron escuchar los balidos de unos borregos.

—¿Emily? —había todo un mundo de duda y esperanza en su voz—. No lo digas sólo para atormentarme. ¡No lo digas, a menos que lo sientas, por favor!

Ella se acercó, le tocó un brazo, sonrió de nuevo y asintió.

—Lo siento. Así es.

Él movió la cabeza.

—¿A pesar de todo? —su voz temblaba y con las manos sujetó sus brazos.

Emily tocó con la mano su mejilla.

—A pesar de, por todo… no sé precisamente qué —admitió—. Sólo sé que te amo porque… porque eres tú.

Él dejó escapar algo entre un gemido y risa.

—¡Oh, Dios, Emily! No puedo creerlo, no lo merezco.

—Bueno, no —aceptó Emily con franqueza, temblando de risa cuando él la presionó con fuerza contra sí.

—No es gracioso —musitó y entonces la besó apasionadamente, con toda la necesidad que tenía en él y Emily correspondió.

Era como volver a nacer después de la eternidad de la muerte. Era como nutrir el alma, con el corazón rebosante.

—Pensé que te había perdido para siempre —musitó él al fin cuando separó los labios de los suyos—. Sabía que te había lastimado en Chamonix, cuando descubriste quién era yo. Así que trataba de jugar con frialdad, darte tiempo de recuperarte, de que supieras que todavía me amabas. Pensé que eso hacía y cuando regresé de Londres me encontré con que te habías ido… —su voz se entrecortó y movió la cabeza.

Ella lo rodeó con sus brazos de nuevo y lo besó con ternura, revelándosele la fuerza, el hambre, el feroz y fuerte palpitar del corazón de Mac.

—No podía quedarme —le comentó—. No cuando pensé que amabas a Verónica y no teníamos una oportunidad —él se retiró para mirarla a los ojos.

—¿Tenemos una oportunidad, Emily?

Ella le tocó los labios con los suyos.

—Sí —susurró—. ¡Oh, sí!

—Gracias a Dios —murmuró Mac y apoyó su mejilla contra la de ella. Emily se frotó contra él, cerró sus manos detrás de su espalda, y absorbió el calor de su cuerpo, la alegría de su presencia y el saber que era suyo para compartir.

—¿Cómo me encontraste? —le preguntó al fin.

—Casi no lo lograba. Llamé primero a tus amigos en Barcelona.

—¿Gloria?

—Sí, pero ella nada quiso decirme. Esa mujer es como una piedra de dura.

—La hice prometerlo antes de salir.

—Sí, bueno, se apegó a todo —aceptó Mac en tono seco—. Así que entonces fui a la escuela de Tom. Charlé con un tipo llamado Duggan que dijo que quería casarse contigo.

—¿Hablaste con Bob?

—Para lo que logré —gruñó—. ¡Pero tú no te vas a casar con él!

—No quiero hacerlo —negó Emily con suavidad.

—¡Bueno! —la besó con fuerza—. Entonces traté de localizar a Evans —hizo un gesto—. Eso me llevó un tiempo, porque se suponía que estaba en Grecia, mas acababa de dejar el hotel. Pasaron otros dos días para que alguien me diera su número privado y todo lo que pude obtener de su maldita secretaria fue que se hallaba de vacaciones y ella no estaba autorizada a decir dónde.

Su feroz expresión hizo que Emily sonriera.

—Cuando llegó tu carta tenía estampillas de Gales. Supe que tenías que estar aquí, así que fui a Londres, busqué a la vieja bruja en su propia oficina y me dio la dirección. —añadió con satisfacción.

—Pasaste muchas dificultades —espetó Emily, lo cual era una subestimación.

Ella lo miraba, preguntándose si habría podido escapar de ese hombre, si él no se hubiera esforzado por encontrarla.

—Tuve que hacerlo —Mac respondió con franqueza—. En realidad, me había dado por vencido de que me amaras, pero tenía que verte para darte los documentos.

Deseaba que supieras que había dejado de intentar hacer las cosas a mi manera.

Simplemente iba a dártelos e irme —se sonrojó—. Entonces pensé que tratabas de suicidarte y me trastorné. No quiero perderte Emily.

—No me has perdido —aseguró la chica y rozó con sus labios su mentón—.

Nunca me perderás.

—¿Lo prometes? —sus ojos estaban oscuros e inescrutables.

—¡Oh, sí! —la mano de Emily acarició su mejilla.

Él la besó de nuevo entonces y su beso fue una promesa, una que invocaba el amor que compartieron en Chamonix y la satisfacción que encontraron cada uno en los brazos del otro.

Finalmente, Mac se retiró, respirando con fuerza.

—Es mejor que vayamos a la casa —dijo con voz ronca—. Se preguntarán qué sucede. Tu Howell no confía mucho en mí.

Emily ladeó la cabeza.

—¿No? ¿Qué te hace decir eso?

Mac hizo un gesto.

—La forma en que me miraba, las preguntas que me hizo. Quería saber si yo era la razón por la que pensabas como si hubieras sido atropellada por un furgón.

—¿Les dijiste que tú eras?

—Yo no sabía que lo era —gruñó Mac—. Temía que fuera porque extrañabas a Tom y me odiabas.

—No. Te amaba y me odiaba por ser tan tonta.

—Nunca he amado a alguien más en mi vida que como te amo —le dijo y enlazó un brazo alrededor de su cintura y la abrazó contra él. Empezaron a caminar por la vereda—. ¿Cuándo te casarás conmigo?

—Hoy. Mañana. Tan pronto como quieras —dijo ella y él sonrió.

—Es la primera cosa agradable que me dices desde que nos conocimos —

comentó y Emily lo tocó con su codo.

—¡Oh, puedo pensar en una o dos más!

—Quizá —concedió y dejó un beso en su frente.

—¿Viviremos en Inglaterra con tu madre?

—Si quieres, o en Madrid o en Chamonix.

—O en Singapur —propuso Emily con sequedad.

—Hasta Singapur —aceptó Mac—. Donde tú seas más feliz.

—Soy muy feliz contigo —le confesó Emily—, dondequiera que estés, ya sea en Inglaterra, en España haciendo negocios o viajando para hacer investigaciones. Nos gusta hacer investigaciones —añadió con timidez y él la miró un poco abochornado.

—No puedo mentirte más, Em. Lo que hacíamos… no era precisamente, para una investigación ni para un libro tampoco.

—¿No? ¿Qué buscábamos? —preguntó Emily intrigada y él soltó una risita.

—Este… a ti —confesó y ella le dirigió una mirada dura—. Yo quería conocerte y entre más te conocía, más quería saber de ti y finalmente, averigüe lo más importante de todo, que te amaba.

Llegaron a la escalera del frente de la casa de los Evans y vieron a un Tom, radiante, que los saludaba desde una ventana iluminada.

Mac levantó los pulgares en señal de victoria, se volvió y abrazó a Emily, la besó con tal amplitud que dejó a Tom y a los Evans sin ninguna duda del resultado de su conversación.

—Yo también te amo Alejandro Gómez y MacPherson —dijo Emily contra sus labios—, y lo haré el resto de mi vida.

Fin